Así que, una vez que di cuenta del último resto de helado, bebiendo el juguito de la compotera cual cáliz de la vida eterna, me paré frente a toda la parentela y golpeé con la cucharita contra una copa. Tin, tin, crash.
-Ahora que tengo su atención...
No todos los días la madre de uno cumple 50 años. Pero siendo ya un adulto que promediaba los 40 (no por nada mi padre pasó la última mitad de su vida en prisión), no me resultaba fácil cumplir con mi rol en el homenaje. Para hacer el ridículo, prefiero que sea ante desconocidos.
-¡Madre! -exclamé, intentando reprimir un temblor en la voz-. Siguiendo la tradición de papelones públicos de cierta rama de la familia y entendiendo que esta tradición implica una exigencia, me paro frente a esta multitud, la más numerosa que jamás me haya prestado su atención, para largar al viento estas palabras y volver rápidamente a los fiambres, embutidos y chacinados que me cobijan, en un rincón oscuro, húmedo y despoblado de la fiesta.
Testeé las reacciones del público, compuesto mayormente por tías viudas y tíos solterones, y ensayé una rápida disculpa:
-Lo mío no es el discurso. Pregúntenle a Eliseo Verón, si no. A ver -indagué, súbitamente agrandado-, les pido que levanten la mano los que saben quién es Eliseo Verón, recordándoles a los apurados que la Bruja Verón, el padre de la Brujita, aquel wing izquierdo del Estudiantes de los '60, no se llamaba Eliseo sino Juan Ramón. Como Juan Corazón Ramón.
Nada. Un público difícil. Y para colmo la tía Coca, gritándome que el Estudiantes de Zubeldía era el anti-fútbol, no contribuía al éxito de mi exposición. Mal clima.
-¡Madre! -repetí-. Tienes la suerte de cumplir 50 justo en un momento de plena reactivación, en el que la Argentina ha salido del infierno y tenemos el mejor gobierno que un pueblo puede pedir. Al menos eso leí en el diario. Así es que podemos ofrecerte esta fastuosa celebración, costeada enteramente de mi bolsillo. Aunque eso ni vale la pena mencionarlo: no reparé en gastos.
Aplausos aislados. Expresión contrariada del primo Carlitos, que había pagado la fiesta con el sudor de sus empleados indocumentados, a los que llamaba "pasantes".
-Cómo desearía no conocerlos. Esta es una de las situaciones más incómodas en las que me he encontrado jamás. No hablo delante de tanta gente desde aquella vez en que tuve que presentar a los Wawancó en el Festival de la Piña Colada, en San Juan. Aunque pensándolo bien, sí hablé delante de más gente. Fue en un recital de los Redonditos de Ricota en River, ¡ante 60 mil personas! "Nueve menos veinte", le dije a uno que tenía al lado. ¡Y hay que hablar ante 60 mil seguidores de los Redondos, eh!
Sólo conseguí suscitar la indignación de la tía Celia ante la pronunciación del nombre "Redonditos de Ricota". Las nueras se sumaron en seguida y pude escuchar que decían "drogas", "peligro" y "mejor tómese un vasito de agua". Decidí pasar al brindis.
-Brindo por mi madre, que me dio la vida y no me la quitó a mis tiernos 5 añitos, cuando todo el mundo se lo recomendaba, incluida la Corte Suprema de Justicia.
-Y por mi novia, pobrecita, que viajó 500 kilómetros a lomo de mula para estar presente esta noche. Fuerte el aplauso para ella.
-Brindo también por la memoria de mi abuelo, y por la de mi abuela, donde quiera que esté. No mi abuela, que está acá, sino su memoria, que quién sabe... ¡Fuerte ese aplauso!
-Ahora que tengo su atención...
No todos los días la madre de uno cumple 50 años. Pero siendo ya un adulto que promediaba los 40 (no por nada mi padre pasó la última mitad de su vida en prisión), no me resultaba fácil cumplir con mi rol en el homenaje. Para hacer el ridículo, prefiero que sea ante desconocidos.
-¡Madre! -exclamé, intentando reprimir un temblor en la voz-. Siguiendo la tradición de papelones públicos de cierta rama de la familia y entendiendo que esta tradición implica una exigencia, me paro frente a esta multitud, la más numerosa que jamás me haya prestado su atención, para largar al viento estas palabras y volver rápidamente a los fiambres, embutidos y chacinados que me cobijan, en un rincón oscuro, húmedo y despoblado de la fiesta.
Testeé las reacciones del público, compuesto mayormente por tías viudas y tíos solterones, y ensayé una rápida disculpa:
-Lo mío no es el discurso. Pregúntenle a Eliseo Verón, si no. A ver -indagué, súbitamente agrandado-, les pido que levanten la mano los que saben quién es Eliseo Verón, recordándoles a los apurados que la Bruja Verón, el padre de la Brujita, aquel wing izquierdo del Estudiantes de los '60, no se llamaba Eliseo sino Juan Ramón. Como Juan Corazón Ramón.
Nada. Un público difícil. Y para colmo la tía Coca, gritándome que el Estudiantes de Zubeldía era el anti-fútbol, no contribuía al éxito de mi exposición. Mal clima.
-¡Madre! -repetí-. Tienes la suerte de cumplir 50 justo en un momento de plena reactivación, en el que la Argentina ha salido del infierno y tenemos el mejor gobierno que un pueblo puede pedir. Al menos eso leí en el diario. Así es que podemos ofrecerte esta fastuosa celebración, costeada enteramente de mi bolsillo. Aunque eso ni vale la pena mencionarlo: no reparé en gastos.
Aplausos aislados. Expresión contrariada del primo Carlitos, que había pagado la fiesta con el sudor de sus empleados indocumentados, a los que llamaba "pasantes".
-Cómo desearía no conocerlos. Esta es una de las situaciones más incómodas en las que me he encontrado jamás. No hablo delante de tanta gente desde aquella vez en que tuve que presentar a los Wawancó en el Festival de la Piña Colada, en San Juan. Aunque pensándolo bien, sí hablé delante de más gente. Fue en un recital de los Redonditos de Ricota en River, ¡ante 60 mil personas! "Nueve menos veinte", le dije a uno que tenía al lado. ¡Y hay que hablar ante 60 mil seguidores de los Redondos, eh!
Sólo conseguí suscitar la indignación de la tía Celia ante la pronunciación del nombre "Redonditos de Ricota". Las nueras se sumaron en seguida y pude escuchar que decían "drogas", "peligro" y "mejor tómese un vasito de agua". Decidí pasar al brindis.
-Brindo por mi madre, que me dio la vida y no me la quitó a mis tiernos 5 añitos, cuando todo el mundo se lo recomendaba, incluida la Corte Suprema de Justicia.
-Y por mi novia, pobrecita, que viajó 500 kilómetros a lomo de mula para estar presente esta noche. Fuerte el aplauso para ella.
-Brindo también por la memoria de mi abuelo, y por la de mi abuela, donde quiera que esté. No mi abuela, que está acá, sino su memoria, que quién sabe... ¡Fuerte ese aplauso!
3 comentarios:
hombre, q momento, q momento!!!
por algo esas cosas se preparan de antemano... que no tenía un asesor de imagen o un politólogo para hacerle el discurso???
muy mal , muy mal, ahora hay que cuidarse, especialmente ante gente tan criticona como la familia propia!
jaja, muy bien, quien no ha estado en una situacion similar, uno que es ademas el mayor de los primos, tiene la obligacion de pararse y hablar, hacer el ridiculo, claro, pero tambien romper el hielo, o las copas...
ahh, lo de "9 menos 20" es a alguien que te pidio la horaaa...aaaahhh, que boludo
jaja!!! Celente!!! lo importante es no claudicar.
ché ya me había olvidado de Eliseo Verón... sigue diciendo las mismas boludeces???
saludos!!!
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